domingo, 23 de abril de 2023

Ana Frank

 


Ana Frank se describía a sí misma como un "pequeño manojo de contradicciones", una adolescente voluntariosa y vivaz que chocaba con su madre, se preocupaba por su cuerpo cambiante y soñaba con un futuro mejor. Y en las décadas posteriores a su muerte en un campo de concentración nazi, Ana Frank también se convertiría en una de las escritoras más famosas del mundo, conocida por el diario que llevó durante dos años en la clandestinidad durante la Segunda Guerra Mundial.

Ana fue sólo una de los seis millones de judíos asesinados por los nazis entre 1939 y 1945; sólo una de las aproximadamente tres cuartas partes de los judíos holandeses que perecieron en campos de concentración y de exterminio; y sólo una de los hasta 1,5 millones de niños judíos que murieron en el Holocausto. Pero sus palabras, y su vida, se han convertido en potentes símbolos de la Shoah, de la que ella es posiblemente la víctima más conocida.

Publicado en 1952, se calcula que hasta la fecha se han vendido 30 millones de ejemplares de Ana Frank: El diario de una niña. Pero, ¿quién era Ana Frank y por qué se sigue hablando (y discutiendo) sobre su diario?

Nacida en Fráncfort del Meno (Alemania) en 1929, Anneliese Marie Frank se trasladó a los Países Bajos con su familia en 1934, tras la subida al poder de Adolf Hitler. La familia Frank formaba parte de los 25 000 judíos que huyeron de Alemania a Holanda debido a la creciente persecución de los nazis.

Pero los Frank (y todos los judíos) tampoco estaban seguros en Holanda. En mayo de 1940, Alemania invadió los Países Bajos. Cinco días después, el gobierno holandés huyó y el país se rindió a los nazis, que rápidamente tomaron el control de las instituciones civiles de la nación y comenzaron a imponer las mismas restricciones a los judíos que habían instituido en Alemania. Entre otras leyes, a los judíos no se les permitía utilizar el transporte público, ejercer diversas profesiones o asistir a las mismas escuelas que los no judíos. Sus bicicletas, radios y otros artículos fueron confiscados y entregados a los gentiles.

Tras la invasión, el padre de Ana, Otto Frank, se preocupó cada vez más por su familia. Consiguió eludir una ley que prohibía a los judíos ser propietarios de empresas poniendo su compañía, Opekta, que vendía pectina para cocineros caseros, en manos de colegas simpatizantes. Pero cuando fracasó un intento de obtener un visado para Estados Unidos y los nazis empezaron a detener a sus amigos judíos y a llevarlos a campos de concentración, decidió que su familia debía esconderse.

Con la ayuda de sus amistades y compañeros de trabajo, Otto consiguió que su familia se escondiera en una vivienda detrás de las oficinas de Opekta. En julio de 1942, Ana, sus padres y su hermana, Margot, se trasladaron al estrecho apartamento de dos plantas que Ana llamaría "el anexo secreto". Se les unieron los amigos de la familia Auguste y Hermann van Pels, su hijo Peter y Fritz Pfeffer, un dentista. Los siete residentes del anexo secreto no salieron al exterior durante más de dos años.

Escondidos en el centro de una bulliciosa metrópolis, los residentes del anexo tenían que permanecer casi sin hacer ruido durante el día y resistir los ataques aéreos por la noche. Al anochecer, se acurrucaban en torno a una radio de contrabando y escuchaban las noticias de la guerra. Dependían completamente de un pequeño grupo de ayudantes, que les compraban comida en el mercado negro y les proporcionaban suministros y apoyo poniendo en riesgo sus vidas.

Documentando el día a día en el anexo secreto


Muchos de los detalles de la vida en el anexo secreto sólo se conocen gracias a la fiel documentación de Ana en su diario, que recibió por su 12º cumpleaños un mes antes de pasar a la clandestinidad. Dirigido a una amiga ficticia, Kitty, y escrito en neerlandés, el diario era un desahogo para todo, desde sus quejas sobre su madre hasta sus sentimientos sobre la sexualidad, la naturaleza humana y la política.

A medida que los días se alargaban y la presión de la guerra y la vida en la clandestinidad se hacía casi insoportable, el diario se convirtió en el pilar de Ana. Se sentía como "un pájaro cantor al que le han cortado las alas y que se lanza en plena oscuridad contra los barrotes de su jaula", escribió en octubre de 1943.

Ana tenía grandes aspiraciones para su relato de la vida cotidiana en la Segunda Guerra Mundial. En marzo de 1944, escuchó una emisión de radio en la que un funcionario holandés en el exilio instaba a la gente a guardar los materiales históricos relacionados con la ocupación y la guerra. En respuesta, comenzó a editar su diario para publicarlo.

Escribió: "10 años después de la guerra, la gente encontraría muy divertido leer cómo vivíamos, qué comíamos y de qué hablábamos como judíos en la clandestinidad". Lo llamó Het Achterhuis (La casa de atrás), y asignó seudónimos a los residentes y ayudantes del anexo.

Una vida truncada antes de tiempo


Pero su trabajo se vio truncado la mañana del 4 de agosto de 1944, cuando la policía holandesa y los oficiales alemanes asaltaron el anexo secreto y arrestaron a Ana y al resto de los judíos escondidos. Tras la redada, Miep Gies, que había sido el principal enlace de la familia Frank con el mundo exterior, recogió los papeles que habían quedado esparcidos por el suelo del anexo. Entre ellos estaba el diario de Ana, que puso a buen recaudo.

Ana nunca volvió. Fue encarcelada primero en el campo de tránsito de Westerbork, luego en Auschwitz (Polonia) y finalmente en Bergen-Belsen (Alemania), donde murió de tifus en febrero o marzo de 1945. Sólo uno de los siete residentes del anexo secreto sobrevivió: Otto Frank, el padre de Ana, que regresó a Ámsterdam en junio de 1945. Cuando se enteró de que Ana había muerto, Gies abrió el cajón de su escritorio y le entregó a Otto el diario de su hija.

El padre de Ana quedó fascinado y conmocionado por lo que encontró allí: la evidencia de una joven compleja y profundamente emocional a la que había subestimado. Comenzó a compartir partes del diario con familiares y amigos, y luego vendió una versión muy aligerada una editorial holandesa. En 1952 se publicó en inglés Ana Frank: The Diary of a Young Girl.

Se convirtió en un fenómeno cultural. Tras el éxito de la adaptación teatral de 1955, realizada por Albert Hackett y Frances Goodrich y galardonada con el Premio Pulitzer, el libro llegó a las listas de los más vendidos en todo el mundo.

El complejo legado de Ana


El libro dio un rostro infantil a las incomprensibles verdades del Holocausto. En parte porque se convirtió en una lectura obligatoria en muchas escuelas, a menudo constituyó lo que el Museo y Memorial del Holocausto de Estados Unidos llama "la primera, y a veces única, forma de exposición que muchas personas tienen a la historia del Holocausto".

Pero su popularidad, y su duración, enmascararon muchas de las duras realidades del Holocausto. El diario termina antes de la detención de la familia, lo que ahorra a los lectores la mayoría de los detalles de lo que le ocurrió a Ana después de su captura. Además, los Frank tuvieron más espacio, estabilidad y apoyo que la mayoría de los 28 000 judíos holandeses que se escondieron durante la guerra. Y sus palabras son a menudo mal citadas o sacadas de contexto.

En el pasaje más famoso y citado del diario, Ana escribió sobre su creencia de que "la gente es realmente buena de corazón". Pero en gran parte de su diario, documentó una visión sombría de la humanidad y dio voz a la angustiosa ansiedad de la guerra y la persecución.

"No puedo construir mis esperanzas sobre una base de confusión, miseria y muerte", escribió inmediatamente después de su frase más famosa. "Veo que el mundo se está convirtiendo poco a poco en un desierto, oigo el trueno que se aproxima, que nos destruirá a nosotros también".

Proteger el legado de Ana


El diario de Ana ayudó al mundo a conocer los horrores del genocidio nazi de los judíos europeos. Pero también puso una gran carga simbólica sobre los hombros de una niña de 15 años asesinada que ya no podía hablar por sí misma.

"Pocos escritores han suscitado una emoción tan intensa, una posesividad tan feroz, tantas discusiones sobre quién tiene derecho a hablar en su nombre y sobre lo que su libro representa o no", escribe la escritora Francine Prose.

Esas batallas se han traducido en controversias sobre la autenticidad y la legitimidad de la propia obra. A pesar de las múltiples y exhaustivas investigaciones forenses que han demostrado que Ana Frank escribió el diario, las afirmaciones de que es una falsificación siguen alimentando la negación del Holocausto. También ha habido disputas sobre quién es el dueño del legado de Ana, incluyendo batallas legales entre la Casa de Ana Frank en Ámsterdam, que conserva el sitio anexo secreto como museo, y el Fondo Ana Frank, una fundación creada por Otto Frank que posee los derechos del texto.

¿Quién traicionó a Ana Frank?


El destino de los Frank y sus compatriotas también ha alimentado el interés por saber quién los traicionó ante las autoridades holandesas en 1945. A lo largo de los años, se han nombrado varios posibles culpables. En 2022, un análisis señaló al notario judío Arnold van der Bergh, a quien un informante anónimo acusó de difundir el escondite a las autoridades. Otros, como el director de la Casa de Ana Frank, no están convencidos de que van der Bergh fuera el traidor.

En última instancia, sin embargo, la fuerza de la historia de Ana Frank reside en su cualidad más frustrante: que está inacabada. El diario inconcluso de Ana, su vida trágicamente corta y la falta de consenso sobre su traición después de más de 80 años hablan de la magnitud y la crueldad del genocidio que la joven ha llegado a representar.

Y, sin embargo, sus palabras, escritas en secreto ante el grave peligro, persisten. "Nadie conoce el mejor lado de Ana", escribió en la última entrada de su diario. Décadas después de su muerte, lo conocemos.

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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